Nuestra doctrina

Hay un solo Dios

Creemos que hay un solo Dios único e indivisible en su esencia y se ha manifestado al mundo en distintas formas a través de las edades y que especialmente se ha revelado como Padre en la creación del universo, como Hijo en la redención de la humanidad y como Espíritu Santo derramándose en los corazones de los creyentes (Génesis 1:1, Juan 1:1-3,14, 2 Corintios 3:17).

Este Dios es el creador de todo lo que existe, sea visible o invisible. Es eterno, infinito en poder, Santo en su naturaleza, atributos y propósitos y poseyendo una Divinidad absoluta e indivisible; es infinito en su inmensidad, inconcebible en su modo de ser e indescriptible en su esencia; conocido completamente sólo por sí mismo, porque una mente infinita sólo ella puede comprenderse a sí misma. No tiene cuerpo ni partes y por lo tanto está libre de todas las limitaciones.

“El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Deuteronomio 6:4; Isaías 43:11; Isaías 44:6; Marcos 12:29). “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios...” (1 Corintios 8:5, 6).

Jesucristo.

Creemos que Jesucristo fue engendrado milagrosamente en el vientre de la virgen María, por obra del Espíritu Santo, y que al mismo tiempo es el único y verdadero Dios (Romanos 9:5; 1 Juan 5:20). El mismo Dios del Antiguo Testamento tomó forma humana (Isaías 60:1-3).

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros...” (Juan 1:14). “Y sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne, ha sido justificado en el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha sido predicado a los gentiles; ha sido creído en el mundo; ha sido recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).

Creemos que en Jesucristo se unieron en una forma perfecta e incomprensible los atributos divinos y la naturaleza humana, por lo tanto, se manifestaron en él la voluntad humana y divina. (Lucas 22:42; Juan 6:38; Filipenses 2:8). Por parte de María, en cuyo vientre tomó forma de hombre, era humano; por parte del Espíritu Santo, que fue el que lo engendró en María, era divino (Lucas 1:35); por eso se le llama Hijo de Dios e Hijo de hombre.

Por lo tanto, creemos que Jesucristo es Dios “y que en él habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Colosenses 2:9), y que la Biblia da a conocer todos los atributos: es Padre Eterno, a la vez que es un niño que nos ha nacido (Isaías 9:6). Es creador de todo (Isaías 45:18; Colosenses 1:16, 17).

Es omnipresente (Deuteronomio 4:39; Juan 3:1, Mateo 18:20, Juan 14:3). Hace maravillas como Dios Todopoderoso (Salmos 86:10; Lucas 5:24-26). Tiene potestad sobre el mar (Salmos 107:29, 30; Marcos 4:37-39). Es el mismo siempre (Salmos 102:27; Hebreos 13:8).

Espíritu Santo.

Creemos que el Espíritu Santo es el mismo Dios del Antiguo Testamento, encarnado en Jesucristo y derramado en los corazones de los creyentes después de la glorificación del Señor Jesucristo, que es quien lo envía (Joel 2:28-29; Ezequiel 36:26-27; Juan 7:37-39; 14:16-26; Hechos 2:1-4).

Creemos también que el Espíritu Santo produce el nuevo nacimiento en la vida del creyente, el cual es necesario para entrar en el reino de Dios (Juan 3:3; 1 Corintios 12:3) y es potencia que permite testificar de Cristo (Hechos 1:8), y así mismo sirve para la formación de un carácter cristiano más agradable a Dios (Gálatas 5:22-25).

Creemos en el bautismo en el Espíritu Santo y que la demostración de que una persona ha sido bautizada en él son las nuevas lenguas o idiomas en que el creyente puede hablar, y que esta señal es también para nuestro tiempo. (Mateo 3:11; Hechos 2:1-4,39).

El mismo Espíritu da dones a los hombres, que sirven para la edificación de la Iglesia (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:1-12; Efesios 4:7-13), pero no aceptamos que haya en ningún hombre la facultad de impartir a otro algún don, “en todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). “Y a cada uno fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7).

Todos los miembros de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, deben buscar el bautismo en el Espíritu Santo y tratar de vivir constantemente en el Espíritu, como lo recomienda la Palabra de Dios (Romanos 8:5-16; Efesios 5:18; Colosenses 3:5).

Resurrección de Jesucristo.

Creemos en la resurrección literal de nuestro Señor Jesucristo que se efectuó al tercer día de su muerte, como lo relatan los evangelios (Mateo 28:1-10; Marcos 16:1-20; Lucas 24:1-12, 36-44; Juan 20:1-18) y el resto del Nuevo Testamento (1 Corintios 15:3-8). Esta resurrección había sido anunciada por los profetas (Isaías 53:10-12) y es necesaria para nuestra esperanza, justificación, santificación y glorificación final. (Romanos 4:25; 1 Corintios 15:20).
Creemos además que la resurrección de Jesucristo es la demostración de su divinidad absoluta, señorío y soberanía en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra

(Juan 10:17,18; Mateo 28:18; Filipenses 2:10,11; Apocalipsis 1:17,18).

La Biblia, la Santa Palabra de Dios.

Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, es fuente de vida eterna y poder (Génesis 1:1, Hebreos 4:12, Juan 1:1, Juan 6:63), porque es inspirada por Dios y “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16 y 17). Es decir, toda la Escritura antes de ser pronunciada por los profetas y autores, fue enviada por la inspiración Divina. “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

Por tal motivo creemos que toda nuestra regla de fe, valores, conducta, disciplina y esperanza de vida eterna deben estar basados en la Palabra de Dios: “Sécase la hierba, marchítase la flor; más la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” (Isaías 40:8) “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).

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